Hoy es necesaria una mirada hacia el ser humano y una aún más completa hacia la infancia. Preguntarnos por el sentido de la educación parece ser una de las tantas reflexiones que nos dejan estos tiempos, y hacernos esa pregunta como madres, padres, educadoras y educadores, puede ayudarnos a entender el proceso que estamos viviendo y también darnos algunas directrices de cómo enfrentar la tele educación desde ambas partes. 

La infancia es un periodo decisivo en la vida, “el niño es el padre del hombre” (Wordsworth), lo que vivamos en ésta época formará nuestro futuro, física, emocional, cognitiva y espiritualmente. Todas las vivencias de infancia conforman nuestro refugio de adultos; nuestra niñez es nuestra casa, nuestro hogar. Entonces la pregunta, ¿qué experiencias estamos brindando a nuestros niños y niñas? ¿Qué es aquello que como padres y educadores creemos relevante en su formación? En la constitución de su cotidiano? 

Nos parece importante pensar en y priorizar las experiencias significativas, vivas y reales en el acompañamiento de un niño/a. Un recuadro a rellenar, una conversación pauteada, un cuestionario sobre un cuento leído, la incorporación artificial de vocabulario, serán experiencias de baja significación en la vida de un niño/a. No constituyen realidad, sentido, pertenencia. Si este acompañamiento, además, se realiza con mediadores, como un video, un libro de actividades, una guía, o a través de una pantalla, resulta aún más castrante para su desarrollo, sobre todo si es un niño/a menor de 7 años. 

La experiencia directa con el mundo es lo que forma a un niño/a, le da forma a sus órganos y cultiva sus sentidos, que durante todo este primer periodo de vida serán clave para su posterior desarrollo. El cuidado que tengamos con ello brindará salud y protección en la era de la tecnología, que es cuando más se requiere seres humanos que busquen su naturaleza humana, que sean parte de ella.